Texto de Ethelvina Sánchez. Comunicadora nicaragüense.
En Nicaragua cada 23 de junio se celebra el Día del Padre; la fecha también indica otro aniversario del natalicio de Carlos Fonseca Amador, uno de los fundadores del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Pero este 23 de junio del 2018, no ha habido mucho que celebrar. Nicaragua despertó para vivir una pesadilla, nuevamente amanecimos llorando a más muertos, incluyendo a Teyler Lorío, un bebé de apenas un año que fue alcanzado por una bala mientras sus padres trataban de llevarlo a un lugar donde pudieran cuidarlo y estuviera más seguro. Grupos parapoliciales en conjunto con miembros de la Policía Nacional entraron a los barrios orientales de Managua y tiraron balas a matar. A pesar de las cientos de pruebas, fotos, vídeos, testimonios y denuncias el Estado de Nicaragua, encabezado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, continúa negando que existan fuerzas parapoliciales.
El Estado intenta desde sus medios de propaganda hacernos creer que lo que vivimos es una mentira, que todo está en nuestras cabezas. Que la violencia viene de grupos desestabilizadores, grupos de la derecha que sólo quieren ver el país en caos. Pero a mí nadie me puede contar cuentos, he visto cómo este gobierno desde siempre ha tratado de callar nuestra voz. He visto cómo cada vez que queríamos protestar nos enviaban a sus turbas para golpearnos, con los puños, con tubos y hasta con las varas con que sostenían sus banderas de Nicaragua. Ahora todo es diferente. La vida nos ha cambiado completamente desde aquella tarde del 18 de abril; para bien y para mal. A partir de esa fecha dijimos ya no más. Primero protestando en contra de las reformas a la ley de seguridad social y posteriormente por los asesinatos en contra de los estudiantes Jubilados, feministas, campesinos, oficinistas, abogados, médicos, ambientalistas, empresarios, maestros, comerciantes, todos los que pudimos salimos a las calles a defender la vida y rechazar la dictadura. Fue como soltar un gran nudo de garganta.
Ahora en mi país vivir es también resistir. Ser joven es considerado un delito y oponerse al gobierno es razón suficiente para que te encarcelen, golpeen o te maten. Para los que vivimos en Managua ahora la jornada es más corta, si las seis de la tarde nos coge en la calle, nos apuramos a llegar y encerrarnos a nuestras casas. Por las noches al escuchar balas y morteros, sólo podemos esperar que ningún otro muchacho sea secuestrado de su casa. Y si logramos dormir, aparecen las pesadillas, que al amanecer se siguen convirtiendo en realidad. Quienes están están atrincherados en universidades o haciendo vigilia en los tranques, quedan atentos a cualquier movimiento que pueda representar un ataque.
Todas las historias que alguna vez nuestros padres nos contaron sobre la dictadura de Somoza, las vivimos ahora con más saña y dolor. ‘‘Es peor’’, nos dicen en las calles refiriéndose a Ortega. Nos han secuestrado el pasado y ahora pretenden secuestrar nuestro presente y futuro. Muchos jóvenes han tenido que emigrar porque si antes lo hacíamos para buscar trabajo para vivir, ahora se hace para proteger la vida y sobrevivir, aunque sea en un país ajeno.
¿Cuánto más dolor e indignación podemos soportar en el pecho? Según el informe final de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos presentado el viernes 22 de junio ante el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, se contabilizaron 212 personas muertas, 1,337 personas heridas y 507 privadas de libertad. Eso sin incluir las personas que están desaparecidas. Son más de 200 razones por las que llorar y sobre todo, por las que luchar.
En las semanas recientes las caravanas de la muerte, las ‘carretas nahuatl’ como las contadas de las leyendas nicaraguenses, se pasean con impunidad. Si te las topás de cerca podés sentir cómo el alma se te va, porque no sabés si se detendrán para llevarte, no sabés si comenzarán a disparar en ese instante o cómo evitar que siga su marcha y masacren a más personas. En estas caravanas van camionetas llenas de enacupachados con armas de guerra, tractores y hasta ambulancias que pertenecen a los hospitales públicos, las cuales son ocupadas también para reprimir.
Después de ser testigo de esta masacre, no creo realmente que merezcamos el gobierno que tenemos. En 2007, el regreso del FSLN al poder para muchas personas significaba oportunidades, sobre todo para los sectores más vulnerables de la población, que por muchos años fueron ignorados por los gobiernos neoliberales y que luego fueron atendidos a través de programas asistencialistas del nuevo gobierno. El partido y su bandera rojinegra que alguna vez significó un símbolo de revolución, ahora es para muchos un símbolo de represión. Hoy muchas de esas familias que votaron por Ortega, han sido afectadas directamente. Les han matado hijos, padres, hermanos. Y todos estamos sufriendo por la crisis, pero quienes más la sufren son ellos.
A pesar de todo el dolor, de la incertidumbre, de no saber qué pasará con nosotros, también hemos demostrado resiliencia y fortaleza. Familias que apoyan con comida a quienes defienden barricadas. Marchas de miles y miles de personas en las calles. Médicos y abogados voluntarios organizándose para atender a heridos y detenidos, parroquias abriendo sus puertas para que funcionen como puestos médicos, sacerdotes haciendo de mediadores y defensores de DDHH recorriendo todo el país para no dejarnos solos. Estudiantes defendiendo la autonomía universitaria. El pueblo salvando al pueblo.
Hoy, a pesar de tener un enorme nudo en la garganta por el dolor, por la muerte de Teyler y la de más de 350 nicaraguenses más, en Nicaragua gritamos con más fuerza ‘‘Patria libre y vivir’’. ¿Y qué gobierno del mundo puede luchar contra la voluntad popular? No creo que sea el de Ortega y Murillo. Cuando el pueblo comienza a andar, no da ni un paso atrás. Lucha para vencer y en Nicaragua estamos dispuestos a resistir para ganar un país libre, en paz, justicia y democracia.